Esto es parte del Diario De Madagascar, y viene desde Andasibe.

Ankanin'ny Nofy

Jueves 19 de julio

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Hemos comido gambas en Manambato, próximo al Canal de Pangalanes. Olivier nos ha traído en coche haciendo gala de un gran dominio de un coche urbano en todo tipo de terrenos. La carretera que tenía tan buena pinta es la que une la capital con el puerto de Toamasina, y por eso se conserva digna, pero en cuanto te sales de ella las cosas son de película. La restauración de las carreteras se toma quizá con cierta demagogia como una ensalzación del espíritu nacional y es aparente prioridad del gobierno, encabezado por el presidente de la compañía láctea Tiko, pero parece que va despacio.

Nos han servido la comida con 'mora mora', mucha calma, y ya temíamos perder el bote que nos ha traído hasta el Bush House, a orillas del lago Ampitabe. En el trayecto la tierra se veía como una finita capa entre el agua y el cielo, y aún los árboles más grandes parecían en la distancia apenas musgo, líquenes sobre una roca. Uno se cuestiona el tamaño del hombre si las selvas en que puede perderse no son más que cultivos de bacterias en una placa de laboratorio, y ante nuestra pequeñez uno se obliga a recordar para consolarse que creemos conocer nuestro mundo y que nuestra inteligencia nos hace grandes. Tenemos tal control sobre la materia y la energía que podríamos hacer volar por los aires todo el planeta, si quisiéramos; y aunque no queramos. Podemos destruir todo lo que vemos, sí, pero ¿qué somos capaces de crear que valga la pena?

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Estos pensamientos tan ñoños duran poco y se deben sin duda a que mis ojos urbanitas son cortos de vista. Desde esta distancia no aprecio los detalles, y la selva me parece un todo informe. Al acercarnos más sólo puedo pensar en Jim Hawkins y en el capitán Jack Sparrow, mientras el lago se puebla de pescadores, barcos piratas y fondeaderos. En el hotel M. Clément Bois y sus colaboradores nos dan la bienvenida con un cocktail de frutas, pero acepto gustoso un chorro de ron en el mío. Ya instalados, estoy considerando ir al bar a pedirme un vaso de ron para tomármelo mientras atardece sobre el pantalán y corre la brisa templada, y pensar que nuestro tamaño no se mide por las cosas que sabemos, sino por las historias que recordamos.

...

Me he tomado mi ron tostado fumándome un habano de los de la boda tirado en la hamaca, en el porche del bungalow. Mara estaba aquejada de jaqueca y reposaba adentro, en la cama. Ambos leíamos, y así no hicimos nada más hasta la hora de la cena. (Qué grandes podemos ser, pensaba -después del ron-, por ejemplo cuando alguien hace buenos relatos, o incluso cuando los leemos). Yo me quedé dormido al anochecer (como es invierno, aunque la temperatura y el nombre del mes no lo sugieran, anochece muy temprano). Me despertó en la oscuridad un viento que se levantó de pronto soplando fuerte desde el océano, moviendo con ímpetu las cuerdas del tendal y ululando entre de la vegetación que nos rodea. Ahora Mara está haciendo té, ha llovido un poco, y el viento sopla cada vez más fuerte colándose por todas las ranuras de las ventanas y el techo de palma. Somos como tigres de Mompracen, y no sé qué hacer para sentirme más Sandokán. Mañana espero ver el Índico desde lo alto de la colina.

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No sé cómo son los tigres de Mompracen. Sí sé que mi amor me trata como una reina. Ha bajado la red antimosquitos para que esté protegida y me ha prestado su móvil para usarlo como linterna. Y así he estado horas. Tirada en la cama leyendo 'Everything is Illuminated', un libro chulísimo que me regaló mi marido estupendo, con el viento y las olas como música de fondo. Cuánto mejor esta música que el muzac. Y que las serenatas de Gogossy, el chico de aquí, capitán de barco, que durante la cena tocó la guitarra y lloriqueó un poquito.

La cena ha sido casi idéntica a la comida, pero no por eso menos rica. Crevettes (de agua dulce) a la sauce curry. Después de cenar me siento mejor. Cansada de no sé qué, pero mejor. Presiento que vamos a dormir muy bien y mañana otra vez a cien. Ya tengo ganas de ir al parque privado con siete especies de lemures. Espero que Jose vuelva a tener la ocasión de hacer 'fotos guarras' de ellos.

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Toamasina

Viernes 20 de julio

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La suciedad de ciudad es más sucia que la de campo. Mara acaba de pisar una cucarachita de tamaño europeo en el baño, y se ve repugnante. Toda Toamasina (ant. Tamatave) se ve sucia, en contraste con lo salvaje de ayer. La cucaracha tamaño africano que anoche se alojó en el neceser parecía limpia y mona, y la saqué cuidadosamente de la cabaña. Hoy parece todo aquí menos acogedor, no sólo por la gran miseria de despojos en que vive la gente de las afueras y que vimos al pasar. Incluso este hotel Neptuno, supuestamente lujoso, es ordinario y poco pulcro. En la larga travesía de hoy a lo largo del canal vimos pueblitos de pescadores, incluso chozas desperdigadas, que sugerían más acogimiento que esta ciudad, a pesar de ser seguramente más pobres todavía. (Quizá se puede ser más pobre con más dinero, quizá en la selva incluso sin dinero se puede vivir mejor). Hasta hoy no habíamos visto a la gente habitando entre montañas de basura en medio de unos caminos que sólo un todoterreno puede recorrer. La penumbra en una ciudad sin apenas alumbrado público es mucho más impresionante que la total oscuridad de la selva.

Hemos cenado muy rico en Le Perroquet Bleu por 30.000 aryarys (12 euros), y luego por no regatear y por carecer de cambio nos dejamos cobrar 10.000 por el pousse-pousse que nos acercó dos cuadras. Aquí somo millonarios: en la casa de cambio nos dieron hoy más de un millón de aryarys, que en grandes fajos llenan nuestras faldriqueras. Con ciertas dosis de abstracción puedo entender el valor y la utilidad del dinero dentro de un país, pero para mí es un gran misterio la economía global. Tengo que preguntarle a mi hermana al respecto. Yo vivo y trabajo en Holanda, donde recibo un sueldo digno que me permite vivir bien, viajar en avión de vez en cuando a ver a mi familia, y cometer alguna extravagancia una vez al mes. Pero si me vengo con esos euritos a este país de visita, me dan a cambio de ellos un fajo de billetes que me permiten vivir con un lujo de rajá. ¿Por qué esos euros vales más aquí que en casa?

Hoy no nos ha dado tiempo de subir a la colina antes de salir del Buschhause, así que no hemos visto el océano más que en un trocito en que el canal se abría al mar, al este, durante los segundos en que la lancha de Monsieur Clemént tardó en pasar por delante.

Por primera vez hemos tenido que instalar nuestra propia mosquitera, con gran aparato de cordaje, pues aquí en el Neptuno hay aire acondicionado (con termómetro averiado) pero de mosquitera, ni el gancho. Tampoco se ven mosquitos, pero nunca se sabe.

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Continúa en la Ille de Sainte-Marie...


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