Amsterdam (Países Bajos)
Programador científico en SVI
Casado y esperando un hijo

Para los que no me conocen: en el colegio los muchachos empezaron llamándome "Viña" y acabé forzándoles a que me llamaran "Chema", porque para "Jose" ya estaba Piti y no se valía repetir. Y va Piti y se hace llamar "Piti", dejando el "Jose" libre, vaya por Dios. Los que tenemos profundos conflictos de identidad (personal y social) nos cambiamos de nombre en cada etapa de la vida, así que al llegar a la universidad adopté el "Jose" liberado (así, con acento en la o, que queda más esnob).

En esta nueva etapa de mi vida en el exilio, y debido a la notoria influencia del protestantismo en los Países Bajos, empecé a tontear con el budismo, que debido a su inconmensurable carga filosófica terminé abandonando para hacerme hare krishna. Podéis llamarme "Suave Luz del Amanecer". O, básicamente, como os dé la real gana, esto último es sólo una pesadilla que tengo a veces.

Yo dejé el colegio al terminar la EGB, tras haber pasado diez estupendos años con buenos amigos, justo en el mejor momento: cuando por fin nos encontrábamos con las chicas. Así que conozco a muy pocas de las que terminaron con los demás el COU en la promoción del 93. A pesar de eso tuve tiempo de enamorarme profundamente de alguna de las mayores que ya estaban en ese momento en La Salle. Pero me fui al instituto Rosalía de Castro con la intención de cursar el Bachillerato Internacional que allí ofrecían. No me pareció mal el cambio: allí también había chicas, y me enamoré profundamente seis o siete veces más, por lo menos.

Luego me metí en la carrera de Física porque tenía un tío que era físico y viajaba mucho de un lado al otro, y eso me tenía buena pinta. En la facultad me reencontré con Adolfo, Justo, Ismael y Nacho, por ejemplo. Lo pasamos muy bien esos años, juergueando también con Roma, Jota y el resto de la panda repartida por diversas facultades, y yo tuve ocasión de enamorarme de nuevo con profunda profundidad.

Con complejo de estudiante eterno me quedé otros cinco años más en la facultad tras terminar la carrera, haciendo un doctorado. Volví a enamorarme, a la vez que me iba entrando un asco supremo hacia la universidad. Ya se sabe, pasiones extremas de juventud. Y cuando terminé el doctorado me encontré con que ya iba siendo mayorcito como para seguir siendo estudiante, y que tenía que buscarme un chollo de verdad.

Y como tenía muy bien grabadas en mi mente las sabias lecciones del hermano Reboiras, sentía que debía yo devolverle a mi país algo de lo que el país había invertido en mí becándome tantos años de formación, y que no debía emigrar buscando fortuna sino currarme un huequito en Galicia tirando de ella para arriba. Así que decidí hacerme maestro, y me preparé las oposiciones de Tecnoloxía para secundaria, a las que me presenté dos años consecutivos. También mandé mi currículo al colegio de mi niñez por si les interesaba, pero no recibí respuesta... En esas me encontré a Piti por el camino, que buscaba lo mismo: educar a las nuevas generaciones para constituir una ciudadanía responsable y moderna, y un sueldo fijo. Suspendí las dos veces (él aprobó, como siempre sacando mejores notas que yo), la segunda de ellas de una manera un poco hiriente para mi orgullo.

¿Debería persistir en mi intento patriótico-docente? No me quedaban muchas más ganas, tras tanta negativa. Además estaba enamorándome de nuevo, esta vez de una manera diferente, casi sin darme cuenta. Por correo. No electrónico, correo de carta en papel. De una chica holandesa que había conocido un fin de semana casual, y que vivía precisamente en el quinto pino. Así que me dije (porque por aquel entonces yo hablaba mucho conmigo mismo): "si en algún momento de tu vida te vas a lanzar a la aventura, mejor que sea ahora". Y me lancé.

Me vine a vivir a Amsterdam, busqué trabajo (que para mi sorpresa encontré bien pronto, y que aún conservo y disfruto), me compré un piso con mi novia con una hipotética de treinta años, me casé, esperamos un hijo, y estamos haciendo obras interminables en el baño. Salvo por esto último somos terriblemente felices. Es fácil, porque Mara es la persona más buena, dulce e inteligente del mundo, y así cualquiera. Además el que esté buenísima no es cosa desdeñable.

Luego un día me encontré con Diego en el avión, y me enteré de que vivíamos relativamente cerca el uno del otro, lo cual es siempre un motivo para no poder verse jamás, porque la vida es así, ajetreada, o eso nos creemos. Así que me encanta poder escaparme a Santiago para esta reunión hipernostálgica lasaliana y brindar con todos y a la salud de todos, con alegría.

Besos y abrazos, que os daré en persona.

(Ya he puesto mis fotos del evento en línea).


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